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Cultura del Honor

Todas las religiones son defensoras de las costumbres tradicionales y de una sociedad basada en los valores muy semejantes a los que propugna la cultura del honor. También en todas las religiones el papel de la mujer está supeditado al del varón a través del ancestral patriarcado, llegando a favorecer el surgimiento de costumbres que potenciaron el papel sumiso jugado por éstas en la historia, el harem, la ablación clitoridiana. Lo cual nos lleva a comprender porque hoy en día en las comunidades rurales de Latinoamérica una comadrona cobra más por atender el nacimiento de un niño que el de una niña, o podemos entender la lógica que lleva a la lapidación de una mujer adúltera en el África.

En esta línea, entonces, podríamos decir que las religiones ancestrales son la justificación ideológico-cultural de este estado de cosas. Las religiones en tanto cosmovisiones (filosofía, ciencia, código de ética, manual para la vida práctica) han potenciado la creación de roles diferenciados entre hombres y mujeres. Dando un papel primordial al hombre sobre la mujer. Así, hace dos milenios y medio atrás, Confucio, el gran pensador chino, dijo: La mujer es lo más corruptor y lo más corruptible que hay en el mundo. También el fundador del budismo, Sidhartha Gautama, expresó una idea semejante: La mujer es mala. Cada vez que se le presente la ocasión, toda mujer pecará.

También en las religiones occidentales podemos encontrar citas sobre la defensa del patriarcado y en contra de la mujer. En las Sagradas Escrituras de la tradición católica, en el Eclesiastés 22:3 puede encontrarse: El nacimiento de una hija es una pérdida, o en el mismo libro, 7:26-28: El hombre que agrada a Dios debe escapar de la mujer, pero el pecador en ella habrá de enredarse. Mientras yo, tranquilo, buscaba sin encontrar, encontré a un hombre justo entre mil, más no encontré una sola mujer justa entre todas. El Génesis muestra el camino que debe seguir la mujer: parirás tus hijos con dolor. Tu deseo será el de tu marido y él tendrá autoridad sobre ti. O el Timoteo 2:11-14: La mujer debe aprender a estar en calma y en plena sumisión. Yo no permito a una mujer enseñar o tener autoridad sobre un hombre; debe estar en silencio.

Siempre en la línea de intentar concebir la historia como un continuo desarrollarse, y al proceso civilizatorio como una búsqueda perpetua de mayor racionalidad en las relaciones interhumanas, podría entenderse que cosmovisiones religiosas antiguas como la que aún mantienen los ortodoxos judíos repitan en oraciones que se remontan a lejanísimas antigüedades: Bendito seas Dios, Rey del Universo, porque Tú no me has hecho mujer, o El hombre puede vender a su hija, pero la mujer no; el hombre puede desposar a su hija, pero la mujer no.

La dominación masculina queda consagrada a través de la religión y la discriminación sexual que ampara. En ese sentido, en esa lógica de discriminación cultural, puede afirmarse que los musulmanes ya en su libro sagrado tienen establecido el patriarcado, lo cual podría ratificarse el capítulo dedicado a las mujeres en el  Corán que textualmente dice: Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a éstos por encima de aquéllas, y porque los hombres emplean sus bienes en dotar a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas: conservan cuidadosamente, durante la ausencia de sus maridos, lo que Alá ha ordenado que se conserve intacto. Reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temáis; las relegaréis en lechos aparte, las azotaréis; pero, tan pronto como ellas os obedezcan, no les busquéis camorra. Dios es elevado y grande.

Y los católicos el machismo, en palabras de uno de sus más conspicuos padres teológicos como San Agustín (hace más de 1.500 años): Vosotras, las mujeres, sois la puerta del Diablo: sois las transgresoras del árbol prohibido: sois las primeras transgresoras de la ley divina: vosotras sois las que persuadisteis al hombre de que el diablo no era lo bastante valiente para atacarle. Vosotras destruisteis fácilmente la imagen que de Dios tenía el hombre. Incluso, por causa de vuestra deserción, habría de morir el Hijo de Dios". O que hace ocho siglos Santo Tomás de Aquino, quizá el más notorio de todos los teólogos católicos, expresara: Yo no veo la utilidad que puede tener la mujer para el hombre, con excepción de la función de parir a los hijos.

Este machismo patriarcal podría entenderse como el producto de la oscuridad de los tiempos, de la falta de desarrollo, del atraso que imperó siglos atrás en Occidente, o que impera aún en muchas sociedades contemporáneas que tienen todavía que madurar. Sin embargo hoy en día, entrado ya el siglo XXI, la Iglesia Católica sigue preparando a las parejas que habrán de contraer matrimonio con manuales donde puede leerse: La profesión de la mujer seguirá siendo sus labores, su casa, y debería estar presente en los mil y un detalles de la vida de cada día. Le queda un campo inmenso para llegar a perfeccionarse para ser esposa. El sufrimiento y ellas son buenos amigos. En el amor desea ser conquistada; para ella amar es darse por completo y entregarse a alguien que la ha elegido. Hasta tal punto experimenta la necesidad de pertenecer a alguien que siente la tentación de recurrir a la comedia de las lágrimas o a ceder con toda facilidad a los requerimientos del hombre. La mujer es egoísta y quiere ser la única en amar al hombre y ser amada por él. Durante toda su vida tendrá que cuidarse y aparecer bella ante su esposo, de lo contrario, no se hará desear por su marido.

① el verso 38 del capítulo "Las mujeres". Traducción española de Joaquín García-Bravo.

② Publicado por 20 minutos, Madrid, el lunes 15 de noviembre de 2004, año V., número 1.132, página 8.

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